COLIBRÍ

EL JARDÍN                                                                                                        Charlie Tique 

COLIBRÍ

Estaba decidido a encontrar un trabajo. Ok, había decidido salir a buscar trabajo.

La pasividad de los días la contemplaba realizando todo tipo de actividades en casa siempre, procurando saludar a mis plantas y hacer cariñitos a Paris. El día anterior le había comentado a Raquel sobre aquello que me confundía. Ella también se aterró porque le envié copia del whats app y ella, que me conoce, sabe que mi chico jamás escribe así. El caso es que ambos concluimos que yo estaba en un terreno en el que tenía que decidir si viajar a Europa, como lo había decidido el año anterior, -como uno de mis propósitos del año nuevo- o quedarme por amor con la tormentosa idea de mi edad en la cabeza.

Raquel me dijo que trabajaba como maquilladora en un canal de televisión y me invitó a ver un día de trabajo. Cualquier cosa, lo que haya que hacer,   le insistí por la idea de comportarme como una persona normal, que me seduce y atemoriza. Observé el trabajo de los chicos de producción. No seré muy fuerte pero podría cargar un cable, pensé, y no creo que esos gigantescos guantes que usan me acaloren demasiado.

 Después de almuerzo, me recosté en el césped del parque donde se sucedía una que otra escena para la televisión. Por esos días, Michael Bolton me había vuelto a seducir, así que estaba amando escuchar sus canciones. Las puse a sonar en mi celular y terminé de acomodarme sobre el fresco verde. Un colibrí surgió desde algún escondite mágico, de entre millones de flores amarillas del arbusto. Iba y venía. No paraba de chupar  aquellas florecitas a las que yo les robé su miel, tal vez, hasta los dieciséis. Un pajarito copetón cantó y se fue.

En la retoma, me di cuenta cómo un hombre, de una de aquellas empresas de vacantes, tomaba la prueba de alcoholemia a los empleados, incluso, vi a Raquel soplando el pitillo.

Ese trabajo no es para mí. Concluí.