SU NOMBRE

EL JARDÍN                                                                                                                  Charlie Tique



SU NOMBRE

Sabía que venía haciéndome el loco desde hace días con el tema de mi matita, ¡ah!, la había visto fracturada y estaba desentendido del tema aunque no dejara de pensar en ello todos los días. Esta mañana ya no pude más. Era injusto. Dos de las plantitas que tenía en el balcón, sobrevivientes de otras que ya les contaré, una era roja y la otra, amarilla.
La roja era una poinsettia a la que me propuse rescatar en lugar de arrojarla a la basura porque ya había pasado navidad. Yo no era capaz pero mi chico sí. Ya no está de moda, ya estamos en enero, decía, pero yo, desde hace muchas navidades atrás me había propuesto salvar a las poinsettias.

La otra, la fracturada es hermosa. De tallos hidratados como la sábila  estalla en sus puntas con muchas florecillas amarillas; por lo general, está así y yo me siento muy feliz porque todos los días que asomo a sostener mis pensamientos desde el balcón, ellas están allí sonriendo para mí; ¡bah! ¡Qué digo sonriendo! Están chisporroteando para mí. Son mágicas y me provoca ser una diminuta libélula para perderme entre esos tallos. Por eso tuve que actuar. Inmediatamente me puse de rodillas y le comencé a narrar lo que íbamos a hacer.

Para mí era importante que ella supiera que se hacía obligatorio desplazarla, que ello le iba a generar algún trauma pero que nos íbamos a asegurar de que sufriera lo menos posible teniendo en cuenta que ya tenía un traumatismo. ¡Dios! ¡¿Cómo pudo partirse?! ¿Quién pudo ser?
¡La señora Elizabeth!
Tuvo que haber sido ella y quise insultarla en mi pensamiento pero ella…; no quiero disculparla y no la voy a disculpar, pero primero debía atender su herida. Voy a revisar si estás fracturada o es el peso que te llevó abajo, le dije a la ramita que yacía torcida hacia la baldosa y pude comprobar que había un desgarre. Allí, adentro, la herida estaba abierta. Podía ver sus fibras, Decidí, entonces, que tenía que amarrarla porque yo no sabía cortarla para trasplantar y pensé en un par de cordones pero el algodón es más susceptible al tiempo así que recordé que yo siempre he guardado, desde siempre y nunca las uso, esas tiritas plásticas con las que se amarran las bolsas de pan, esas mismas.
Agarré algunas de las que tenía en la mesita de la cocina y volví rápidamente hacia ella, le avisé que iba a levantarla con firmeza para evitarle, tal vez, dolor prolongado y amarré, como primer torniquete, una de las tiritas junto con una segunda rama y esta,  a otra para que nos ayudara con el peso y, de un solo tirón, los tres nos fuimos hacia atrás para alcanzar una cuarta pero me preocupaba que el peso de las otras le ganara; así que le avisé que tendría que moverla de lugar, fuertemente, porque la matera es pesada, pero también que necesitaba de su último esfuerzo para que se mantuviera erguida, recostada sobre la pared. Una vez estuvimos de acuerdo, de un solo impulso, arrastré la matera hacia atrás y la ayudé a mantenerse, la acomodé sobre el ladrillo y me quité un peso de encima. Soy feliz porque le ayudé a recuperar pero siento pena porque no sé su nombre. No sé cómo se llama ella, la de los chispazos amarillos. ¡No sé cómo se llama! Así que tengo que ir a averiguarlo.




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