EL ÁRBOL DE LA FELICIDAD

EL JARDÍN                                                                                                              Charlie Tique


EL ÁRBOL DE LA FELICIDAD

Si pudieras ver mi jardín pensarías lo mismo que yo.

 La Poinsettia está sobre una bicicleta, tal vez de cobre, así que da la sensación de que lleva a las que están detrás y como están tan pegaditas, la una de la otra, todo parece una carroza. Además, dan la impresión de estar asidas al hierro forjado, perennemente vertical,  felices como niñas respaldadas por la seguridad que ofrece un  hombre  en casa. 
Me dispuse a escribir pero no pude recordar el motivo. De los ojos estoy bien, gracias a Dios, aunque ayer me peleé con él y de eso era de lo que quería escribir cuando vine. Ando de pelea con Dios.

Había puesto todo mi interés, todo mi entusiasmo, y fui muy cuidadoso en los detalles, en los puntos, en las comas, en no repetir palabras a no ser por un juego literario, algo que suelo hacer, y en revisar que la historia de los Fumery Buchelli no se tornara sosa contada desde el instante justo antes de que Lio se estrellase contra el piso. Quise confiarle a los lectores que a Orlena, su esposa, le gusta tanto el licor como a mí que, a diario, prepara tortas empapadas en whisky, en Ginebra o en Vodka; que ama a Lio, que no tiene ni idea de que él siempre piensa en el suicidio de la forma más limpia posible, para no herirla tal vez, y me excité narrando de cuando Miranda viajó a África  tras un negro diplomático al enterarse que podría guardar treinta centímetros en medio. ¡¿Y no gano?! 

Me sentí derrotado. Frustrado. 
Fue ahí cuando me peleé con Dios porque hasta el último instante guardé la esperanza de obtener el premio. Hasta el día anterior de la publicación de los resultados yo no había recibido la llamada como aquella cuando obtuve un galardón el año anterior; así supe que esta vez no era para mí y las redes lo confirmaron. Le reclamé. Le grité que no era justo, que había trabajado mucho por ello. Me enfadé, hice pataleta y me comporté como un chiquillo malcriado pero fui muy cuidadoso para no negar su existencia ni ser demasiado prepotente.

En la terraza de Lio solo vi una planta, la Dracaena Fragans.  Realmente es un árbol. Dracaena porque el Dracaena Draco fue considerado un dragón pero popularmente la gente lo ha llamado Árbol de la Felicidad. Hubo un tiempo en que se convirtió en una moda; tener el Árbol de la Felicidad era como cuando se impone el ser jalado por un San Bernardo, por un Labrador o, ahora último, por un Pitbull. Llegó a ser, casi, como cuando las rayas se ponen de moda, para que se hagan una idea; pero también vi, desde su privilegiada vista, la espesura del bosque de Monserrate y hasta pude oler los fríos vientos de la mañana que competían a ras de tierra desde la montaña para colarse en el piso alto de la familia del escritor.

El riel del ventanal ya había hecho mella en mi trasero, así que tuve que cambiar de posición.
Se conectó Jimmy. Voy a ver si cae.


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