LA MUERTE DE LAS VIOLETAS
LA MUERTE DE LAS VIOLETAS
Ellas
yacían definitivamente agónicas sobre el bordecito de la matera que las
contenía. Sus pétalos habían acrecentado el color del vino tinto y parecían
fundirse en el baldosín.
Martik
no me había anunciado su visita así que el timbre del citófono agredió mis
pensamientos. La atendí.
Estuvimos
conversando, de Louis, de mi chico, de mis plantas y me aconsejó que pasara las violetas a un rincón que ella escogió. Definitivamente
era un punto donde la sombra predominaba sobre el sol y me ayudó, ella, a
repasar mis libretos.
Era
un detective, mentiras, un abogado asistente de una juez a quien mencionaba un caso que le impactaba y yo lo
estuve ensayando como creí que debía ser a primera mano. Me di cuenta de lo
falso que había estado preparando mi personaje. Concluí que por andar pensando
en aquello que era mi debilidad lo había estado resaltando durante mucho
tiempo y terminaba por hacer personajes falsos. Muchos personajes falsos y me
pregunté cuánto de mí había en ellos. Cuánta falsedad. Afortunadamente, desde
hace algún tiempo, yo supe cuándo la transformación había
sucedido pero también cuándo realmente empezó.
Mi
pierna izquierda no paraba de temblar y mis manos se habían tornado heladas.
Luego me di cuenta de que el temblor era general y de que el frío era leve brisa de un elevado punto sobre el mar.
Había
aceptado ir a ese casting. Debo ir al casting, debo tomarme un café, debo tomar
el transporte. Debo ir y debo volver, ir y volver. Mi único anhelo es que ya
sea mañana y que mis violetas estén despertando.
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